Me importa cómo se sienten y funcionan las experiencias. Eso significa hacer las preguntas adecuadas, detectar lo que otros pasan por alto y diseñar con la moderación suficiente para dejar que las ideas respiren. Me gustan los sistemas que tienen sentido, las interfaces que no estorban y las marcas que realmente parecen tener alguien detrás.
Antes de dedicarme al diseño, trabajé en el sector hotelero dirigiendo equipos, creando experiencias y descubriendo qué es lo que motiva a las personas. Eso me enseñó que cada interacción es importante. Ahora aplico esa misma mentalidad al ámbito digital: intencional, centrada en los detalles y siempre basada en cómo se experimentan las cosas, no solo en cómo se hacen.

Desde muy joven quise crear experiencias que la gente no olvidara. Así que estudié hostelería en Suiza y más tarde volé a Australia para licenciarme en Gestión Hostelera Internacional.


Me encantaba marcar la diferencia en la vida de las personas, pero no podía quitarme la sensación de que el sector rara vez impulsaba la innovación. Quería aprender sobre las tecnologías en evolución que daban forma a las experiencias cotidianas de las personas.
Entonces llegó la pandemia. Los hoteles cerraron y todo el sector de la hostelería sufrió un duro golpe. Decidí poner en marcha un proyecto personal en línea, aunque tenía poca experiencia en la construcción de sitios web.


Mientras jugueteaba con diseños y colores, me preguntaba cómo se sentía la gente cuando entraba en una página: qué les atraía o les volvía locos, y por qué. Esa curiosidad me llevó al mundo del diseño gráfico, el diseño web, la experiencia del usuario y la creación de marcas.